Esta semana he aprovechado los últimos días que hemos tenido para correr justo al amanecer a una hora tardía. Porque a partir del lunes volveremos a tener que madrugar más para ver la salida del sol. Al menos hasta que la Tierra se vaya acercando hacia el solsticio de invierno.
Un verdadero placer, porque ese momento en el que el sol aparece por el horizonte siempre tiene algo de mágico. Por su belleza, desde luego. Pero sobre todo por su breve intensidad. Es el punto que marca el nacimiento, el principio. La sensación de que la vida vuelve a empezar.
Correr en esos instantes es realmente maravilloso. Quizás por eso me guste tanto el alba. Porque es el anuncio de lo que va a pasar. Aunque los relojes nos líen un poco las rutinas cambiándonos la hora de golpe dos veces al año.
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