Después de unas semanas de reposo forzado, por fin he podido volver a trotar por el campo. Tímidamente, de puntillas y con mucho cuidado. Que no es cosa de caer en la muerte y volver a tener que empezar desde la primera casilla.
Por ahora parece que todo está funcionando, a pesar de que termino con las piernas cansadas. Doy pasos más cortos de lo habitual y llevo un ritmo tan lento que ya no puedo ni compararme con el avance de un glaciar (con el cambio climático me sacan ventaja, aunque en su caso sea yendo hacia atrás).
El caso es que he vuelto a correr por un mundo nuevo. No es que este año haya habido mucho invierno, pero en este mes escaso me he perdido la primavera. Y el alba. Porque yo salía a correr casi a oscuras, y ahora para cuando comienzo a trotar el sol ilumina ya el camino.
El campo está ya vestido con la primera floración general del año. Con los narcisos balanceando su cabeza pálida debajo de las encinas o brillando como joyas amarillas entre las rocas (mis favoritos).
Un momento perfecto para correr por el campo. Con un poco de fresquillo matutino y camiseta a mediodía. Así que seguiré dando pasitos cortos, pisando con cuidado como Chichikov. No para evitar que se gasten mis zapatillas, sino para que no se acabe mi suerte y pueda seguir disfrutando de lo que más me gusta.
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