Confieso que no conocía a Lizzy Hawker antes de leer este libro. Es lo malo de no ser un mitómano. Lo bueno es que mi ignorancia me permitió seguir sus pasos de novata mientras iba avanzando por su primer Ultra Trail del Mont Blanc con el misterio de no saber cómo iba a terminar la cosa. Spoiler: muy bien.
Pero lo que me realmente cautiva al leer esta autobiografía no son sus victorias, sino la humildad y la sencillez de una persona que encuentra en el acto de correr no tanto un objetivo como una herramienta. Una oportunidad para disfrutar de la montaña y de los espacios abiertos. Y para compartir con la gente lo que llena su vida.
Y lo que de verdad ha llenado la vida de Lizzy Hawker son las cumbres de las montañas. Cuanto más altas, mejor. Por eso no es extraño que haya terminado pasando gran parte de su vida entre los amados Alpes de su niñez y los Himalayas, que alimentan su alma.
Quizás lo que también haga que nos sintamos identificados con ella según vamos avanzando por el libro sea que, a pesar de sus éxitos, no es una superatleta. Todo lo contrario. Lizzy forma parte de ese grupo de deportistas de élite con cuerpos normales. Y siempre es más fácil ponernos en la piel de alguien como nosotros.
Un libro en definitiva para disfrutar por cuenta ajena de la libertad que nos ofrece correr por montes y por valles, por bosques y por senderos de cabras en laderas empinadas. En mi caso, también fue un placer descubrir la vida de una persona que ama tanto las montañas como yo.
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