Todos los años vivo al trote el contraste entre el verano del norte y el de nuestra Castilla reseca y austera. Siempre siento el golpe como lo que realmente es: algo físico que afecta a todos los sentidos. Y pienso a veces en cómo algunos poetas se han podido enamorar de estas tierras.
Quizás porque la han visto desde lejos, sin sufrir los rigores de un paisaje en el que han querido ver reflejadas las cualidades morales que admiraban. Una especie de antoprocentrismo filosófico del paisaje. Pero lo cierto es que quien recorra en agosto los campos de Castilla va a encontrar poca poesía.
Porque ni siquiera estamos hablando de la lírica extrema de los desiertos, esos lugares donde la vida discurre en el filo de una navaja que alerta los sentidos. No. Hablamos de campos agostados. Agotados por el sufrimiento y que viven en la espera de que el reloj siga girando. Y que lleguen pronto las lluvias del otoño.
Ya sé que la belleza es algo muy personal. Pero qué difícil es encontrarla estos días por estos parajes!
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