Esta semana he salido a correr cuando todavía era de noche. Aprovechando esa burbuja de luz que rodea los pueblos y ciudades. Contaminación lumínica que nos priva del cielo estrellado, pero que nos permite también salir al campo sin linterna. Un mísero consuelo.
Porque cuando hemos visto la oscuridad de verdad, y hemos descubierto con nuestros propios ojos la vía láctea, sabemos lo que de verdad nos estamos perdiendo. Y lo malo es que cada vez quedan menos sitios en los que podamos recuperar ese grandioso espectáculo.
Además, un par de días el alba ha llegado envuelto en una capa de niebla. Otra de esas cosas que siempre convierte cualquier paisaje cotidiano en algo especial. Con fantasmas de cuento apareciendo poco a poco ante nosotros, hasta transformarse al final en árboles o peñotes. Una semana para disfrutar al trote por el monte, a pesar del pequeño trancazo que arrastro desde hace días.
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