A lo largo del año, el tiempo va transformando el campo de forma paulatina. En general, las estaciones se van dando el relevo poco a poco, con fronteras no muy definidas. A unos días de calor pueden seguirle vientos del norte cargados de frío y de lluvias. Y a veces el sol del verano parece que llega casi hasta Navidad.
Sin embargo, la primavera, esa estación que se ganó su nombre más tarde que las demás, es realmente la única que tiene una clara trompeta de bienvenida. Sobre todo porque el campo no se transforma cuando llega, realmente se revoluciona. Aunque la señal que nos revela ya su presencia no sea siempre la misma en todas partes.
Estas últimas semanas me he estado fijando en los signos a mi alrededor. Los más llamativos son las primeras flores de los frutales, o incluso las puntas de los gamones que surgen del suelo. Pero el primer toque de la trompeta primaveral llega mucho antes de que veamos estas señales vegetales. Y es un toque literalmente sonoro: el canto de los pájaros por las mañanas o el de los batracios al anochecer.
Da igual que todavía haga frío, que llueva o nieve. Cuando los petirrojos, carboneros, mirlos y demás pajarillos se ponen a defender sus territorios a pleno pulmón, ya sabemos que ha llegado la primavera. Bienvenida sea.
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