Esta última semana ya he notado de verdad que al sol le está costando madrugar. Cada día salgo con más noche pegada a los talones; y veo cómo la luz comienza a dibujar poco a poco el paisaje a mi alrededor.
Pronto tendré que volver a usar el frontal, porque los horarios del sol no son los míos, y el deber manda. Pero agradezco haber recuperado el alba. Una diosa que, como Jano, vigila las fronteras de nuestra existencia.
Además, en ese territorio de nadie de color pardo, puedo ver como ese campo que parece vacío y yermo durante el día se llena de animalillos. Conejos, liebres, perdices, jabalíes... e incluso algún zorro escurridizo. Y yo trotando paso lento hasta que se hace de día.
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