De todos nuestros sentidos, a los que más importancia solemos dar al mirar al pasado son la vista y el oído. Con lo que vimos y escuchamos en su momento construimos nuestros recuerdos. Aunque en las historias que tejemos con ellos normalmente la "verdad" va quedando poco a poco reducida a un poso poco fidedigno.
Hay otros sentidos más pobres con los que es difícil inventarnos tramas. Y son precisamente en ellos en los que mejor se guardan las esencias de nuestra patria infantil. El gusto, el olfato... y el oído más allá de las palabras.
Una comida, un olor, una canción son capaces de transportarnos de pronto directamente al pasado. Lo que se grabó en nuestras cabezas hace mucho tiempo sigue ahí, escondido e inalterado. Pequeñas joyas que no podemos manipular.
Entre mis primeros recuerdos del inicio del verano está el canto de los cucos. Y estos días he podido sentir lo que marca para mí realmente el final de la estación: el olor de la hierba seca, las jaras y el cantueso mojado con las primeras lluvias del otoño.
Llegará el frío o se quedará el calor. Las hojas de lo árboles todavía seguirán verdes y bien aferradas a sus ramas unas semanas más. A la luz del día le queda aún bastante recorrido... Pero, en mi cabeza, un ligero olor ha abierto ya las puertas de la nueva estación.
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