A lo largo de dos o tres salidas he recorrido las laderas de la sierra Cabarga, y el lomo que forma su espina dorsal. Buscando las horas frescas del amanecer, y teniendo por público tan sólo a las vacas que pacen entre tojos y zarzas.
La proliferación de estos matorrales hace que perder el sendero se convierta en un suplicio. Porque nadie en su sano juicio tiraría a posta monte a través. Además, como crecen como la mala hierba que son, de un año a otro hay que volver a indagar por dónde serpentean los nuevos o viejos caminos.
En esta ocasión la cosa no ha sido tan mala. El senderillo que se mantiene a media ladera estaba bien abierto. Y en el que recorre la loma de la sierra hasta Castrilnegro tan sólo he tenido un pequeño despiste menor. El premio ha sido terminar con pocos arañazos.
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