Hace poco la Fundación del Español Urgente nos recomendaba no usar las
palabras runner o running. Su razón parecía obvia: en habiendo correr, corredor
y carreras… ¿pa qué? A pesar de que no suelo usar los términos ingleses, esto
ha abierto una vieja herida sobre las lenguas vivas y las momificadas.
Todas las asociaciones, academias o fundaciones relacionadas con la
lengua española (y un buen número de adláteres y seguidores de sus doctrinas)
suelen quejarse amargamente del uso y abuso de palabras inglesas.
Por lo visto, tenemos un idioma tan bello, rico y esmerado, que nunca
parece necesario usar palabros venidos de allende los mares. Como los
franceses, adoramos la Academia de la Lengua y la ponemos en un pedestal. Y las
academias nos dicen que nuestro principal enemigo es el inglés.
Pero lo cierto es que no nos damos cuenta de que si el inglés es hoy
uno de los idiomas más ricos, dinámicos y creativos es, precisamente, por no
haberle puesto puertas al campo. Es una lengua viva. Se crean palabras nuevas
cada día. La gramática evoluciona con cada generación. Atrapa lo que sea de
cualquier idioma. Y, por cierto, no existe The Royal Academy of English, ni
nada parecido.
Mientras tanto, el español (o el francés) siguen su proceso de
embalsamamiento. Y lo peor es que podemos darle las gracias de ello a las
mismas academias que teóricamente velan por su salud. Como en el chiste de los
dos cirujanos: “¿Qué tal fue la operación?” “Ah! Pero ¿no era una autopsia?”
No hay comentarios :
Publicar un comentario