lunes, 9 de septiembre de 2013

Runneando por las montagnes



Hace poco la Fundación del Español Urgente nos recomendaba no usar las palabras runner o running. Su razón parecía obvia: en habiendo correr, corredor y carreras… ¿pa qué? A pesar de que no suelo usar los términos ingleses, esto ha abierto una vieja herida sobre las lenguas vivas y las momificadas.

Todas las asociaciones, academias o fundaciones relacionadas con la lengua española (y un buen número de adláteres y seguidores de sus doctrinas) suelen quejarse amargamente del uso y abuso de palabras inglesas.

Por lo visto, tenemos un idioma tan bello, rico y esmerado, que nunca parece necesario usar palabros venidos de allende los mares. Como los franceses, adoramos la Academia de la Lengua y la ponemos en un pedestal. Y las academias nos dicen que nuestro principal enemigo es el inglés.

Pero lo cierto es que no nos damos cuenta de que si el inglés es hoy uno de los idiomas más ricos, dinámicos y creativos es, precisamente, por no haberle puesto puertas al campo. Es una lengua viva. Se crean palabras nuevas cada día. La gramática evoluciona con cada generación. Atrapa lo que sea de cualquier idioma. Y, por cierto, no existe The Royal Academy of English, ni nada parecido.

Mientras tanto, el español (o el francés) siguen su proceso de embalsamamiento. Y lo peor es que podemos darle las gracias de ello a las mismas academias que teóricamente velan por su salud. Como en el chiste de los dos cirujanos: “¿Qué tal fue la operación?” “Ah! Pero ¿no era una autopsia?”

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