Es curioso cómo cambia un recorrido cuando se hace de noche. Sobre todo
si no lo conocemos perfectamente. Aunque por nuestra propia seguridad siempre
conviene haberlo hecho antes con luz, para evitar dudas en los cruces de
senderos (que no es cosa de perderse), lo cierto es que la oscuridad aporta mucha
magia.
Al correr de noche, no tenemos referencias lejanas y reducimos la
realidad a lo inmediato. En concreto a los próximos cinco o diez próximos pasos
que vamos a dar. Eso nos hace centrarnos sólo en el pequeño tramo de sendero
que tenemos delante. Y las cuestas las tomamos con más precaución, lo que suele
venir bien a la larga.
Además, todo lo que queda fuera del halo de luz adquiere un tono
misterioso. Los sonidos, formas y movimientos de la noche nos sumergen un poco
en un ambiente de cuento infantil.
Es posible que este recorrido se vaya convirtiendo en un clásico,
porque me va a venir bien para aprovechar el horario de entrenamiento de mi
hija. Lo malo es que cuando ya lo conozca como la palma de mi mano perderá esa
magia de correr un poco por lo desconocido.
11,49 (7,14 millas)
407 m
1h 10 min (9,85 Km/h)
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