Cada vez hay más carreras de montaña. Se organizan en todas partes, y atraen a miles de personas. Por eso ya han surgido voces que avisan del peligro que conlleva la masificación y el abuso de este tipo de pruebas en parajes protegidos. O en otros paisajes que, sin estarlo, también sufren cuando pasan rebaños de deportistas.
La conveniencia de correr en grupos pequeños para evitar un impacto excesivo es la razón que aducen los que se oponen a ellas. La supuesta tradición, la libertad mal entendida o, pura y simplemente, el fomento del turismo son los puntos sobre los que se apoyan sus defensores.
En cualquier caso, la proliferación de este tipo de carreras populares por zonas de alto valor ecológico parece que hacen necesario un mayor control. La solución pasa por menos pruebas y con un número reducido de participantes.
Con esta idea de proteger el campo de nuestras pisadas, se ha recuperado de nuevo la vieja idea de no dejar ninguna huella en nuestras salidas al campo. Correr sin dejar rastro. Ni basura, ni destrozos.
Cunado trotamos por caminos es más sencillo. Pero, sin llegar a convertirse en un fundamentalista de los senderos abiertos, quizás lo más importante sea tener un poco de sentido común cuando corremos monte a través. No pisotear las plantas o arbustos como si fuéramos apisonadoras. No dar patadas a las rocas. O no remover la grava de los arroyos.
Creo que sencillamente la idea es tratar de correr con los pies ligeros de un elfo y no pateando como un orco. Aunque nuestro físico sea más parecido al de un engendro de Mordor.
Y respecto a la basura, solamente hay que seguir una regla muy sencilla: todo lo que va, tiene que volver. Aunque por desgracia no es raro ver en medio del campo restos "deportivos", como envoltorios de barritas, geles y similares. Por no hablar de la basura típica de los domingueros de toda la vida. Una verdadera pena.
Fotos: Selu Vega, Pascal Tournaire, Franck Oddoux
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