Hay gente de secano, que disfruta cuando el sol triunfa. Mientras que otros somos más dados a los entornos verdes y a los ambientes brumosos. Por eso, todos los años se me hace difícil volver del norte. Porque Castilla tiene un pasar desde que llega el otoño hasta que se acaba la primavera. Pero en verano, esto no es ningún paraíso.
Aunque he aprovechado las horas frescas del amanecer para salir corriendo, el campo sigue dando pena. Plantas lacias y amojamadas, arroyos de arena y piedra, senderos cubiertos de polvo y animales aguantando como pueden la sequía y el calor hasta que llegue la próxima tormenta.
No es que me queje. Seguro que dentro de unas semanas me habré vuelto a acostumbrar a los paisajes típicos de esta tierra de nadie. Campos que no terminan de definirse entre el desierto y el regadío. Una naturaleza que disfruta del sol, pero siempre vive pendiente de la lluvia.
Además, para los que corremos al menos tiene algo bueno. Que podemos tirar campo a través sin problemas, porque normalmente la parte silvestre no se diferencia en nada de la hollada de los caminos.
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