A pesar de la pila de años que llevo observando pájaros en el campo, todavía no distingo a casi ninguna especie por el canto. Y lo que empezó como falta de oído musical ha empeorado encima con la sordera creciente. Por eso, me alegro cuando consigo fijar en mi memoria el tono, ritmo y melodía de cualquier pajarillo.
El cuco fue el primero de todos, y todavía hoy al oírlo me acuerdo de los veranos de mi infancia. Después vinieron algunos más. No muchos. Desde las abubillas, a las que he oído cantar por primera vez esta semana, hasta los autillos (que no deben tardar mucho en llegar).
Los últimos que he ido aprendiendo a reconocer han sido los silbos cortos de los abejarucos, el trompeteo de las grullas o la risotada breve del pito real.
Apenas un puñado de especies que no necesito ver para saber que están a mi lado. Pero que me gusta sentirlas cuando salgo a correr. Viejos amigos a los que además de cara, a veces también les pongo sonido. Cántos que llenan el espíritu.
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