Dicen que los sabios sólo abren la boca cuando lo que tienen que decir es más valioso que el silencio. No hace falta llegar a tanto, ni convertirse en un monje cartujo. Pero, a veces, lo mejor que podemos hacer es mirar y escuchar los sonidos que nos rodean, sin decir nada: una pradera llena de flores, un campo de nubes flotando sobre nuestras cabezas, el olor del cantueso con los primeros rayos de sol, el canto de los pájaros entre los arbustos...
No hay comentarios :
Publicar un comentario