Dice la tradición popular que los perros terminan pareciéndose a sus amos. O puede que sea al revés. Pero el caso es que en las últimas semanas me he acordado de esta idea después de cruzarme con parejas humanocaninas realmente similares.
Personas orondas que arrastran los pies al lado de compañeros de cuatro patas con forma de tonel. Perros con la mirada perdida y el pelo eléctrico, imitando la cara de científico loco de sus dueños. Señoras bajitas andando con pasitos cortos siguiendo a sus perros de aguas.
Así que me tocaba plantearme la gran pregunta: nos parecemos en algo mi compañera de troterías campestres y yo? Es cierto que en lo físico yo siempre he tenido un cuerpo de perro, pero creo que es en nuestra forma de ser en donde resulta más fácil encontrar la misma sintonía.
Los dos disfrutamos corriendo por el monte, sin seguir la dictadura de los caminos marcados. Además, preferimos correr en soledad. Yo eligiendo recorridos poco frecuentados y ella dando amplios rodeos cuando el azar nos cruza con alguien acompañado de un perro.
No nos gusta nada correr cuando hacer calor. Sin embargo, cuando llueve nos encanta meternos en todos los charcos. Eso sí, en cuanto a nuestros sentidos favoritos, yo prefiero el de la vista y ella no deja pasar un aroma sin explorar. Así que, en definitiva puede que la sabiduría tradicional sí que tenga algo de cierto. Como reza eso de que Dios los cría y ellos se juntan.
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