Al salir a correr estos días de calor fundente (siempre por la mañanita temprano), me he dado cuenta una vez más que el campo se está quedando vacío. No me refiero a esa España ausente, magníficamente descrita por Sergio del Molino (o esa Italia profunda cantada por Domenico Modugno). Me refiero a los demás animales que comparten espacio con nosotros.
Los insectos ya no dejan su huella visible en nuestros recuerdos. Muchos pájaros llevan ya tiempo desapareciendo de nuestros cielos. De los anfibios, mejor no hablar. Y el culpable no es sólo el calentamiento global, aunque esa sea la gran ola que viene barriéndolo todo después del terremoto que estamos causando.
El campo está vacío si lo comparamos con lo que era hace unos años. Y encima, con la falta de lluvias esta primavera no hay agua para beber. De hecho, al pasar por el último charco de los alrededores salieron huyendo bandadas de aves y varios conejos. Este es su último recurso para seguir viviendo, y se secará en un par de semanas. No se lo estamos poniendo nada fácil a nuestros vecinos silvestres.
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