miércoles, 17 de julio de 2019

Montón de Trigo

Cuando corro por las montañas no suele gustarme la niebla. Porque una de las cosas que más se disfruta desde las alturas es poder ver el mundo a nuestros pies. Y metidos en medio de una nube, da igual estar en una montaña o en medio de la Mancha. Pero hay veces en las que la niebla nos da más de lo que nos quita.

Por ejemplo, cuando subimos corriendo a lo alto de un pico y descubrimos que estamos en una isla perdida por encima de un mar de nubes. Una sensación realmente mágica, en la que la niebla se convierte en un océano en el que nos sumergimos de vuelta al fondo del valle.

O cuando ya estamos hartos de tanto sol, como ha sido el caso en este recorrido por el Montón de Trigo. Después de semanas sudando la gota gorda, la opción de perderme en un mundo blanco y húmedo tenía su encanto. Así que por una vez he trotado cuesta arriba con ganas, hasta que la niebla me ha abrazado del todo.

En la cima del Montón de Trigo no he podido ver las vistas, pero ha merecido la pena. Porque la niebla transforma del todo la forma de percibir las montañas. Para bien y para mal.

Además, el sendero por el que quería rodear este pico no tiene pérdida. Desde el collado de Tirobarra desciende por el norte hasta unas majadas y se mete luego en el pinar del Eresma para terminar en la pradera de la Fuenfría.

Ahí me esperaba la parte más concurrida de la excursión, ya que la calzada que cruza por el puerto para volver a Madrid está siempre llena de ciclistas. Al final, cerca de las Berceas, el sol ha vuelto a brillar entre las nubes y la magia ha quedado atrás, prendida en lo alto de las montañas.

3h 9 min


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