En las tierras del lejano norte, el deshielo es una época melodramática, con campos anegados y ríos desbordados que no pueden drenar a tiempo la nieve y el hielo derretidos. En Castilla el deshielo no existe. A no ser que consideremos a la escarcha nocturna dentro de esa categoría. Pero en esta ocasión, con tanta nieve caída, somos testigos también por primera vez de la transformación masiva del agua entre el estado sólido y el líquido.
Entre el sol primero y la lluvia después, el campo está rebosante de agua. Los retazos de suelo que van quedando al descubierto parecen esponjas de barro. Y eso que todavía queda mucha nieve por fundirse.
Así que, antes de poder salir a correr, nos queda seguir esperando a que la naturaleza siga su curso. Porque ahora mismo sólo puedes elegir entre hundirte hasta las rodillas (en nieve o en barro) o resbalarte en las placas de hielo que quedan ocultas allí donde las pisadas lo han ido compactando. Menos mal que ya nos hemos acostumbrado a esto de los confinamientos.
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