El frío ha venido como suele llegar el invierno a Castilla: duro y seco. Hace días que no llueve, así que el aire y la temperatura son ahora perfectas para curar jamones. Antiguamente este tiempo nos acompañaba desde primeros de noviembre, de ahí que la festividad de San Martín fuera tan señalada para labores de matanza. Hoy tan sólo vivimos el frío invierno durante unas cuantas semanas, así que hay que aprovecharlo. Quién sabe si en unos cuantos años no lo echaremos de menos.
En esta época, somos testigos de la dura vida de la vida en el campo. Corriendo por el monte cuando todavía no ha salido el sol apenas nos cruzamos con algún animalillo. Al resto los imaginamos guarecidos debajo de unos arbustos, o entre la hojarasca, conservando en sus plumas y pieles algo de calor.
Y debajo del barro congelado, debajo del hielo de las charcas, pienso en los sapos y ranillas esperando a que lleguen los primeros días templados del año para dar rienda suelta a sus amoríos.
Mientras tanto, yo sigo corriendo por senderos vacíos, notando como el suelo cruje con cada pisada y trotando por encima de las huellas fosilizadas por el hielo, que dejaron hace días en el barro caminantes y ciclistas.
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