Llegó la nieve, y he podido volver a correr por el campo cubierto de blanco, algo que siempre me alegra mucho. La primera tormenta del año ha sido bautizada como Filomena para la ocasión. Un nombre que no parece demasiado adecuado para este frío y la nieve que se espera. El ruiseñor al que le gusta cantar nos hace pensar en días más cálidos y primaverales. Pero es lo que tiene el nominalismo metereologico.
En estas tierras, la nieve tiene algo de regalo infantil. Es tan especial que siempre que cae nos convierte en niños felices de poder hacer un muñeco blanco, de jugar a dejar nuestras huellas en terreno nunca antes conocido por el hombre, o de admirar simplemente el paisaje transformado en algo mágico.
Correr entonces es lo de menos. Realmente da lo mismo que el trote sea más o menos rápido. Lo único que cuenta es quedarnos sin aliento por el escenario que nos rodea. Los pintores rusos nos ya dejaron los mejores cuadros con la nieve como protagonista. Y pocos nos han hablado mejor de la belleza de los bosques nevados, aunque luego tengamos que dejarlos atrás y volver a nuestra realidad, como Robert Frost en Stopping by Woods on a Snowy Evening:
No hay comentarios :
Publicar un comentario