Correr a primera hora de la mañana no sólo es recomendable para evitar el calor, además permite coincidir con muchos habitantes del monte que luego, con buen sentido se recogen a la sombra durante las horas más duras del día. Por eso, durante las últimas semanas me he cruzado con bichos tan grandes como un ciervo (o mejor dicho, tres: un macho de imponente cuerna seguido por dos hembras), y por otras tan pequeños como una humilde serpiente (calentándose un poco en medio del sendero).
Muchos conejillos y liebres más grandotas se escabullen cuando me ven pasar. Aunque lo cierto es que deben estar ya acostumbrados a verme, porque tampoco es que huyan despavoridos; tan sólo dan saltitos cansinos hasta el primer arbusto. Lo que levanto este año son menos perdices que otras veces.
Además, también me cruzo constantemente con grupos de rabilargos, y con unas pocas urracas. Abubillas y abejarucos se hacen más escasos. Y en lo alto, de vez en cuando, los buitres leonados otean en círculos como si esperaran a que cayera desfallecido. Pobres! No saben que esa es mi forma habitual de correr.
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