La segunda salida por tierras lucenses ha sido también cortita. Disfrutando de un amanecer velado por la niebla. Trotando entre los millones de eucaliptos que cubren estos montes.
Unos árboles que, como casi todas las plantaciones con interés industrial, no forman bosques de verdad. Desde lejos dan el pego, pero cuando nos adentramos en sus entrañas es como si paseáramos por el interior de un campo de girasoles enormes.
Afortunadamente siempre quedan arroyos y algunos rincones donde la humedad de Galicia mantiene la gran variedad de plantas que poblaban antaño esta zona. Un pequeño consuelo, aunque se echan de menos los bosques ancestrales de robles, hayas y castaños.
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