Poder admirar la belleza de las primeras luces del alba no es el único placer cuando salimos a correr temprano. A veces también ese momento, en el que se funden la noche y el día, nos reserva alguna sorpresa. Como el poder avistar animales que viven mientras nosotros dormimos. Sobre todo cuando brilla la luna llena.
Esta semana me he podido ver por primera vez en mi vida un búho real. De cerca, muy de cerca. Al pasar trotando por un senderillo medio escondido, he levantado a una de estas aves, que ha pasado volando por encima de mi cabeza. Enorme. Silenciosa. Magnífica en su vuelo corto hacia otra parte del valle más escondida, buscando seguramente un sito donde poder dormitar tranquila después de una noche de caza.
Y yo parado, observando una de las aves más difíciles de ver de España. Porque vive de noche, porque no hay demasiadas y porque además, o precisamente por eso, suelen ser muy esquivas. Ha sido una de las mejores formas de empezar la semana, compartiendo por un rato el mismo territorio con un animal del que he leído mucho, pero al que todavía no me habían presentado. Un placer conocerle.
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