La primavera ha empezado con lluvias, que es lo que más necesitaba el campo después de un invierno con poco frío y con menos agua todavía. Así que estos días he podido disfrutar chapoteando por el monte mientras corría.
Como todavía no han cambiado la hora, esta semana he seguido saliendo antes de que amaneciera (aunque con las nubes la salida del sol pasaba desapercibida). Esas horas tan tempranas son las mejores para cruzarse con bichos, sobre todo en esta época del año. Hoy por ejemplo un zorro ha pasado trotando a pocos metros de mí, con mucha parsimonia y poco miedo.
Respecto a lo del cambio de hora en primavera y otoño, espero que sigamos haciéndolo siempre. Porque a pesar de que supone un pequeño incordio ajustar nuestro sueño durante unos días, es mucho más lo que ganamos que lo que perdemos.
Dos veces al año nos quejamos amargamente y queremos creer que el cambio es una reliquia de otros tiempos. Pero si dejamos de ajustar los relojes, nos encontraremos de golpe con que tendremos que optar por dos males mucho mayores: ver como no amanece en invierno hasta las nueve o perder esos días largos y placenteros del verano.
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