La sierra de Guadarrama está llena de corzos. Casi siempre que salgo, o que salía, a correr monte arriba me los encontraba. Sobre todo al amanecer. Cruzándose en mi camino con esa mezcla de temor, que les hace alejarse a saltos, y curiosidad, que les lleva a pararse a cotillear en cuanto ponen algo de distancia.
Son unos animales preciosos, por lo que siempre es un regalo verles galopar por en medio de un pinar. Lo que no es tan frecuente es cruzarse con ellos entre enebros y encinas. De hecho, esta semana es la primera vez que he visto uno en Hoyo.
Un pobre corzo que había entrado en la zona protegida que hay en las charcas del Camorcho, y que al intentar huir chocaba todo el rato contra la valla. No sé cómo habrá llegado hasta estos pagos, más propicios para ciervos que para estos pequeños y tímidos animales. Pero ahí estaba, supongo que atraído por el agua que queda embalsada en las charcas que abrieron en su día para sacar arena.
Es la segunda sorpresa agradable que me dan estas charquitas de bolsillo, después de haber levantado hace años a una garza real en una de ellas.
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