Once kilómetros de playa abierta al océano, en una barra litoral protegida y casi desierta. Un paraíso para los que nos gusta pasear al borde del mar con la única compañía de nuestros pensamientos. Un playa tan perfecta, que al final no he podido evitarlo y me he puesto a trotar durante una hora.
Y eso que siempre he pensado que correr por la playa está sobre valorado, pero hay veces en las que es difícil contenerse. Sobre todo cuando la vista se pierde en el horizonte y sólo vemos chorlitejos moviéndose a pasitos rápidos al ritmo de la olas. Subiendo por la arena mojada con una carrerita frenética cuando rompen, y tratando de atrapar algo de comer en cuando el agua se repliega.
Ha sido una experiencia de esas que se agradecen, sobre todo para los que vivimos en el centro de Castilla, demasiado lejos del mar.
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