Hay muchos libros que cuentan las hazañas de grandes corredores. Biografías o autobiografías en las que modernos superhéroes describen cómo llegaron a rozar el Olimpo con sus victorias. De estos, he leído unos cuantos: Emil Zátopek, Lizzy Hawker, Kilian Jornet, Scott Jurek...
Luego están los libros que hablan en primera persona de corredores normales. Gente que ama correr, aunque sepan que no van a ganar nunca nada, o que cuentan cómo un buen día descubrieron que trotar les podía cambiar la vida: Boff Whalley, Matt Beardshall, Vassos Alexander, Anna McNuff, Elise Downing, Dana L. Ayers...
Pero entre estos últimos me faltaba por ver uno en el que, en vez de contar sólo los éxitos alcanzados, se centrara en la idea del fracaso. Porque para ser honestos, a la mayor parte de los mortales salir a correr nos hace mirar de frente la derrota. Por las lesiones, por el calor, por nuestro físico, por el cansancio o por la edad.
Nuestros límites están mucho más cerca de lo que nos venden los libros de autoayuda. Correr nos permite descubrirlos y aprender a vivir con ellos. Y nos da también la referencia para disfrutar de pequeñas victorias de vez en cuando.
Matt Whyman llena este vacío narrando sus progresos de corredor aficionado, desde las carreras en el parque de los inicios hasta su intento frustrado de domar la espalda del dragón en una de las ultras más brutales que existen. Por el camino hay alguno éxitos, pero la narración deja ver ese lado oscuro que conocemos tan bien los que nos hemos fijado alguna vez una meta a la carrera y no hemos llegado a alcanzarla.
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