Hay veces en las que salgo a correr y no hay nada que me llame la atención. Ni hace calor, ni frío, ni llueve, ni nieva. Ni me cruzo con animales tímidos, ni con aves que pasan migrando, ni veo plantas raras. La luna no brilla redonda en lo alto, ni nubes oscuras dan ese toque melodramático a los cielos.
No me quejo en absoluto, porque el campo siempre es un regalo. Pero son días que luego es difícil recordar, sobre todo para un desmemoriado como yo. Por eso me gusta hacer fotos cuando salgo a correr: me sirven para fijar en mi cabeza momentos especiales y días cualquiera.
Por otra parte, sigue sin llover (no, cuatro gotas que se secan en minutos no es llover). Llevamos ya tres meses escasos de agua y el campo lo está pasando regular, tirando a mal. Cada vez veo más jaras y encinas tan secas que no sé si están ya muertas o si luego podrán resucitar cuando lleguen las tormentas de otoño. Voy a ver si combino mi trote lento con la danza de lluvia cuando salga a correr.
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