Despedida de agosto con uno de mis recorridos tradicionales. Siguiendo el curso del arroyo Peregrinos, pasando por las cascadas y volviendo a casa por el alto del Robledillo. Un camino que no es ni demasiado largo, ni tiene demasiado desnivel. Lo mejor para trotar cuando vas flojeando.
El campo ha chupado toda el agua que cayó durante las últimas tormentas. No hay ni un charco, pero el caso es que se nota un poco más de humedad de lo normal. Por lo menos en el ambiente, porque los árboles y arbustos siguen mustios. Muchos con las hojas amarillas, pero no por el otoño que llega, sino por el llamado estrés hídrico (o sequía, en román paladino).
Sin embargo, a pesar del calor que hace todavía y que sigue dejando el campo mustio, el caso es que ya se nota un poco que el otoño está a la vuelta de la esquina. Algunos de sus primeros heraldos por estas tierras son los abejarucos, que se reúnen en grupos silbando al atardecer preparándose para el viaje que se les viene encima.
Son pájaros que realmente llaman la atención. Quizás una de las especies más bellas de todas las que pasan por la península. Porque pocas pueden presumir de una silueta tan estilizada y de unos colores tan vivos. Parece que han salido de un fresco del Egipto antiguo.
Además de abejarucos, estos días también he visto grupos de verdecillos y unos cuantos petirrojos que no han estado por estos pagos durante el verano. Parece que, a la chita callando, la gran migración ya está en marcha.
1h 43 min
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