Aprovechando el frescor de la mañana he subido hasta la sierra de Hoyo. Para disfrutar de las vistas. Y también para ver que tal aguantaba un recorrido empinado. Y como me lo he tomado con calma, he terminado sin cansarme. Con un ritmo más rápido de lo que yo suelo hacer (unas 120 zancadas por minuto), pero con pasos más cortos.
Ahora que estoy volviendo a empezar de cero, como el que dice, quizás sea el momento perfecto para terminar de pulir los vicios que he ido cogiendo a lo largo de los años. Por ejemplo, mi tendencia a alargar la zancada. O la mala inclinación del cuerpo cuando voy cansado. Son cosas pequeñas, pero que pueden terminar provocando lesiones.
Lo mejor de haber ido descansado todo el camino, y sin recorrido fijo, es que he podido curiosear por senderillos por los que hacía mucho que no pasaba. Subiendo a peñas para ver las vistas o desviándome unos minutos para descubrir a dónde va esa trocha medido escondida.
Además, yendo despacio se hace menos ruido. Lo que viene bien para poder ver animales de cerca. En este caso un grupo de buitres posados en unas peñas y una familia de jabalíes hozando en las praderas que hay en la parte alta de la sierra.
En definitiva, una salida de esas que te dejan contento. Por haber disfrutado de verdad del campo y por la sensación positiva de sentir que el cuerpo empieza a responder de nuevo.
2h 08 min
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