Hay placeres que se venden solos y otros que requieren explicaciones. Correr bajo la lluvia es uno de estos últimos. Podemos estar una hora tratando de convencer a cualquier adulto de lo maravilloso que es trotar un día de tormentas (con muy poco éxito). Aunque ellos se lo pierden.
Porque el placer de notar las gotas en la cara, abrir la boca para pillarlas con la lengua y chapotear de charco en charco es algo que todos los niños conocen. Aunque luego se nos olvide cuando crecemos.
Esta semana, he vuelto a disfrutar de la lluvia como cuando era pequeño, porque por fin ha llovido largo y tendido. Salvo el viernes, el resto de los días he terminado pingando. Tanto que mis zapatillas no ha llegado a secarse en ningún momento.
Da gusto ver como el campo se va esponjando con cada tormenta que pasa. Con las plantas luciendo otra vez sus hojas lustrosas. Como decía Sartre, el otoño es una segunda primavera en la que cada hoja es una flor.
Así que correr esta semana ha sido un verdadero placer. Un par de días por la zona del torreón y la presa del Gasco. Y los otros subiendo en dirección a Hoyo por senderillos encharcados.
Todavía los arroyos siguen muertos, sin suficiente agua para cantar entre las piedras. Pero si llegan las lluvias que han anunciado para los próximos días, puede que podamos disfrutar pronto de las torrenteras.
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