Todos los que habitualmente subimos y bajamos montañas por senderos de cabras hemos descubierto la importancia del salto. Para arriba y para abajo. Porque, en el fondo, esas mismas cabras que abrieron supuestamente los senderos por los que transitamos no hacen otra cosa de brincar de un lado a otro.
Así que nuestros recorridos se convierten en sesiones de pliometría natural. Como si fuéramos seguidores fanáticos de Georges Hébert, nos pasamos el tiempo tratando de imitar esos saltos gráciles de los ungulados. Una tarea imposible en la que lo único que conseguimos es terminar oliendo como ellos.
Pero cuando trotamos por el monte, al menos es importante tener en la cabeza esa idea. No se trata tanto de correr, en plan atleta, como de desplazarse a saltos por un recorrido irregular. Entre matas, piedras y trochas resbaladizas y empinadas.
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