La edad va dejando su cansancio en las piernas, y mi forma ya no es la que era. Pero la flojera que me hacía correr últimamente como las muñecas de Famosa se debía a un virus tontorrón. Una infección de bajo presupuesto contra la que mi cuerpo todavía sigue luchando.
La última salida antes de darme cuenta de que no eres tú, soy yo, fue por la zona del arroyo Peregrinos. Arrastrándome con el alma reventá mientras disfrutaba al menos de los primeros colores del otoño.
Y de la última luz del día. Porque, además, iba guiándome por un reloj con la hora de las Azores. Pensaba que tenía más tiempo antes de que anocheciera, y apuré el recorrido. Para cuando quise darme cuenta de que si ya no había luz era por razones obvias, y no porque estuviera nublado, me había quedado a oscuras.
Así que me tocó terminar el recorrido tambaleándome de farola en farola por la carretera de la Berzosa. Agradeciendo la bajada final, la ducha y las diez horas de sueño con las que empezaba la fase dos de mis achaques víricos.
1h 46 min
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