Un recorrido de esos que solía hacer a menudo y que ahora se han convertido en una rareza. Es lo que tiene haber cambiado la forma de correr. Antes hacía salidas largas dos o tres veces a la semana, mientras que ahora corro tan sólo una hora como mucho (aunque casi todos los días).
Mis piernas ya no aguantan tanto rato, pero el paseo ha merecido la pena. Sobre todo porque después de una ligera nevada el sábado, el domingo ha amanecido con un sol radiante y esa luz metálica típica del invierno. Había que aprovechar la jornada.
Así que he remontado el valle del Peregrinos y luego he cogido el sendero que lleva a la peña del Águila y la Silla del Diablo. Una larga subida, en la que he llevado un ritmo constante. Extremadamente lento, pero constante.
Después, desde lo alto de la sierra de Hoyo, ya solo me quedaba dejarme caer hasta casa. Es lo bueno de dejar para el final una cuesta abajo, porque a veces lo único que nos impulsa en esos momentos es la fuerza de la gravedad.
2h 42 min
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