Nunca he tenido velocidad. Ni siquiera cuando era adolescente y entrenaba medio fondo podía correr rápido. Lo mío ha sido siempre el trotecillo cochinero, pero últimamente cada vez voy más lento.
Lento y flojo. Con las piernas pesadas y el cansancio a la vuelta de la esquina. Podría ser por la edad, que no perdona. O por los excesos navideños, que siguen conmigo. He llegado a pensar que hasta podría ser por la presión atmosférica, los días en los que me costaba hasta respirar.
El caso es que durante años he llevado bien lo de transitar lentamente por los caminos, ya que al menos aguantaba horas sin demasiado esfuerzo. Pero ahora se me juntan la flojera con las ganas de correr. Si no fuera porque al menos puedo disfrutar del campo durante un rato, acabaría ya con esta farsa.
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