Ya se sabe que al sol le gusta el calor, por eso en cuanto empieza a refrescar le cuesta levantarse de la cama por la mañana. El sol perezoso nos deja con una noche cada vez más larga. Así que lo único que puedo hacer para seguir corriendo es recuperar el frontal del cajón, cambiarle las pilas y adentrarme en la oscuridad al trote.
Ya veo el sol deslumbrar sobre el horizonte tan sólo al final de mis carreras. Mis zancadas trascurren ahora entre la noche y el alba, lo que me permite compartir el campo con los animales nocturnos, justo antes de que se recojan en sus madrigueras.
También me encuentro cada día con con alguna liebre y cientos de conejos, Bueno, puede que no los vea de cien en cien, pero lo parece. Este año se han multiplicado en verano, y me ven pasar confiados y tranquilos. Apenas se molestan en dar un par de saltitos con dejadez para apartarse de mi camino. Son demasiados, pero lo cierto es alegran mis recorridos.
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