Franco Michieli es uno de los últimos exploradores. Una persona que ha podido convertir su pasión por la naturaleza más remota en una forma de vida. Sus pasos le han llevado desde las cumbres de los Alpes hasta los desiertos helados del ártico. Y a lo largo de esas travesías ha ido reflexionando mucho sobre nuestra relación con el entorno.
En este pequeño ensayo, Michieli aborda un tema que le ha obsesionado desde siempre. Un tema que compartimos casi todos los corredores de montaña: la vocación de perdernos. Porque a los que trotamos por el monte nos gusta despistarnos de vez en cuando, descubrir lugares a los que no llega ningún sendero. Por eso solemos percibir el paisaje de una forma mucho más global y armoniosa que los corredores de asfalto
En este libro, el autor parte de una premisa general: seguimos itinerarios marcados, sin saber muchas veces donde nos encontramos, ni cual es nuestra posición en el espacio que nos rodea.
Lo que tiene muchas lecturas. En la más directa, es una apología de la necesidad de perderse en la naturaleza, de olvidarse los mapas, la brújula y los móviles para sumergirse en el paisaje. Pero también puede interpretarse desde un punto de vista metafórico, como una enseñanza vital.
Y Michieli juega con todos los sentidos posibles del perderse y del encontrarse, desde los más mundanos cuando nos cuenta un viaje a través de Laponia en invierno, hasta los más espirituales. En cualquiera de los casos, comparto con él la opinión de que solo el que está perdido puede encontrar de verdad su camino.
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