En esta época del año, la hierba rala permite ver dibujados los senderillos que usan los animales para moverse por el campo. Caminos por los que transitan sobre todo conejos, zorros o jabalíes. A veces tan marcados que parecen sendas abiertas por los hombres, aunque al cabo de unos metros suelen desaparecer entre arbustos o piedras.
Me gusta perderme siguiendo estos senderos, saltando de uno a otro hasta que ya sólo me queda trotar campo a través de vuelta a una pista bien abierta. Es como bucear en el mar durante un rato y regresar luego a la playa. Las dos cosas permiten vislumbrar mundos desconocidos.
Por eso aprovecho estos meses en los que es más fácil salirse de los caminos. Fijándome para tratar de aprender por donde van y qué hacen esos animalillos que me observan cuando corro al alba. Y para descubrir paisajes y plantas nuevas que desconocía. Es este un buen momento para ampliar horizontes.
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