En otros países, en otras regiones, en muchos lugares del mundo la lluvia es algo habitual y cotidiano. Hay sitios en los trópicos en los que cada tarde llegan las tormentas. Los monzones anegan con regularidad cada verano el sur de Asia. En Galicia no se seca la ropa, ni nada, durante meses. Pero aquí no estamos acostumbrados a mojarnos.
Así que esta semana pasada por agua nos ha servido para saber cómo se vive en esos lugares del mundo dejados de la mano de Dios. Y no nos ha gustado. En Castilla damos el calor y el frío por descontados. El viento no nos hace nada de gracia. Pero la lluvia... la lluvia sólo la toleramos cuando las tormentas se van en un par de días.
Ni siquiera nos gustan los cielos nublados, esos que a veces nos tapan durante semanas. Preferimos las noches claras de helada en invierno, y el sol a pico durante el verano, antes que aguantar la morriña grisienta de una panza de burro. Somos así: lo seco nos define, lo enjuto nos parece bello y la mojama es nuestra máxima aportación a la gastronomía mundial.
Por eso esta semana casi no he corrido. O llovía a la hora de mis salidas matutinas, o el campo anegado sólo se podía vadear en barca. Así que tan sólo nos queda mirar al horizonte, anhelando que se abran por fin los cielos y que las nubes vuelvan a esas partes del mundo que saben apreciar la lluvia.
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