¿Dónde está la trampa?

El tiempo y la distancia a veces adquieren rango de mitos. Por ejemplo, bajar de 10 segundos en los 100 metros lisos. O correr una milla en menos de cuatro minutos. Hoy parece que la barrera a romper sean las dos horas en una maratón. Y la marca Nike está haciendo todo lo posible por llevarse el mérito de esa hazaña. Aunque sea a costa de hacer trampas.

Porque la forma en la que se hacen las cosas importa tanto, o más, que los resultados conseguidos. Algo que todos tenemos claro (o deberíamos tenerlo). Por eso el record de un atleta dopado no cuenta para nadie.

Y, sin embargo, a veces no es fácil poner el límite en lo que se debe permitir o no. Decidir dónde está la trampa. Cuándo algo pasa de merecer nuestra admiración a provocar nuestro rechazo. En un extremo están las drogas duras. En el otro, sólo el esfuerzo, la pasión y el físico de un atleta solitario. En medio, una gran zona gris en la que cada cual pone sus líneas rojas.

Por ejemplo, casi nadie pone ningún reparo a que alguien trepe hasta lo más alto de un ochomil con una botella de oxígeno. Muchos lo aceptan como algo normal. Pero para otros, alardear de ese tipo de hazaña es un engaño. A uno mismo y a los demás: los montañeros de verdad suben a pelo.

Correr una maratón rodeado de otros corredores que te evitan la molestia del aire y te marcan el ritmo ya me parece mal. Aunque siga siendo la más rápida, Paula Radcliffe no brilla en mi firmamento de estrellas precisamente.

Hacerlo en las condiciones que plantea Nike, con zapatillas polémicas, pantallas cortaviento, auxiliares y un láser marcando el ritmo me parece una broma de mal gusto. Cuando alguien consiga bajar de las dos horas así, tendrá tanta relevancia para el Deporte (con mayúsculas) como las carreras de Ben Johnson.

No todo vale, Nike. Hay veces en las que no sirve el lema Just do it.