Es curioso como después de haber corrido tanto, el cuerpo es capaz de moverse de forma casi automática. Sobre todo cuando no forzamos el ritmo. Con solo dar un par de pasos, las piernas se ponen a hacer su trabajo y van ajustando la zanzada solas según vamos cambiando de terreno. Realmente correr así es como andar (en mi caso, hasta la velocidad es parecida).
Si corremos por el campo, este automatismo es el que convierte cualquier carrera en un agradable paseo. Mientras el cuerpo va sólo, nosotros podemos disfrutar del paisaje, del canto de los pájaros, de las flores (ahora secas), fijarnos en cualquier detalle o dejar volar la mente.
Muchos espíritus sedentarios se preguntan en qué pensamos mientras trotamos. Como si el correr fuera algo excepcional. Y lo cierto es que no se diferencia de muchas otras actividades en las que nos queda tiempo libre en la cabeza para dar vueltas a cualquier tonteria. Conducir, respirar, comer, andar, mascar chicle o correr nos producen los mismos pensamientos. Por desgracia correr no nos hace más inteligentes.
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