La pasada semana he ejercido mi derecho a no correr. O al menos a no hacerlo cada día. Porque nunca se nos debería olvidar que las cosas que hacemos porque nos gustan no se pueden convertir nunca en una obligación. Por eso es el más importante de los derechos del corredor.
Y es que, a veces el frío, o el viento, o la lluvia, o el calor se juntan con nuestro estado de ánimo y se produce una gozosa reacción que nos lleva a la pereza más absoluta. En estos casos, como en casi todos, lo mejor es seguir los impulsos de nuestro corazón.
Aunque luego llega la nieve, y entonces es un verdadero pecado quedarse en casa. Pero como dirían los franceses, esa es otra historia.
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