Aunque es algo que vemos en los niños, lo cierto es que nos suele pasar a todos: apreciamos más las cosas que no tenemos que las que nos rodean a diario. Así, por ejemplo, visitamos cada rincón de ciudades ajenas cuando estamos de viaje, pero no paseamos tanto por esas en las que vivimos.
Los corredores cometemos el mismo error. Muchas veces soñamos con montañas, playas o bosques, sin apreciar como deberíamos los caminos y paisajes cotidianos. Somos privilegiados ya solo por el hecho de poder correr: indica cierta salud, tiempo de ocio y dinero suficiente como para gastar calorías a lo tonto.
Además, muchos podemos trotar por caminos, parques o incluso por el campo. Y deberíamos bendecir nuestra suerte fijándonos más en lo que tenemos cerca. En vez de estar siempre con la vista puesta en lo que está más allá del horizonte.
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