Una mañana con el cielo despejado no siempre nos asegura que no vaya a llover. Sobre todo en estos días medio británicos que estamos viviendo. Así que, a pesar de haber salido con el sol brillando en el cielo, las nubes de algodón que llegaban a lo lejos anunciaban tormentas primaverales.
La primera parte del recorrido la he hecho en compañía, con el suelo seco. Pero en cuanto me he quedado solo las nubes ovejeras se han convertido en nubarrones y se han abierto los cielos.
Una tormenta perfecta, de esas en las que da gusto trotar. Porque la temperatura no ha bajado demasiado, y el aire traía antes del agua uno de los mejores olores que el mundo hay: a tierra y hierba mojada. Además, he tenido la suerte de que, para cuando la cosa ha pasado de las gotas de lluvia a los perdigones de hielo, acababa justo de llegar a casa. Empapado y feliz.
1h 10 min
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