Los dos últimos años he cambiado la forma de correr. O mejor dicho, la rutina de mis recorridos. Durante mucho tiempo solía alternar salidas largas y duras con descansos prolongados. Por eso mis piernas estaban acostumbradas a aguantar durante horas sin protestar.
Pero, aunque ahora me dedico a correr casi todos los días, no me alargo más allá de 8 o 10 kilómetros diarios. Y siempre cerca de casa. Por eso no estaba seguro de cuánto iba a poder estar trotando por las montañas de Guadarrama.
Como me apetecía liarme la manta a la cabeza y volver a pasar por la Mujer Muerta, me he ido tomando todas las subidas con mucha calma. Sobre todo la primera. Una larga tirada continua hasta la cumbre del Montón de Trigo.
Allí, en lo más alto, era el momento de decidir si bajaba tranquilamente por el cerro Minguete. O si tiraba hacia la Pinareja y la peña del Oso. Y el cuerpo me ha pedido seguir haciendo cumbres.
Un recorrido medianamente largo en el que lo peor siempre llega al final. Porque lo malo no son los tres picos más altos que forman la corona del río Moros. Ni el sendero que machaca las piernas bajando hasta la portilla de Pasapán. Ni la trocha que nos lleva entre pinos hasta la cabecera del Moros.
No. Lo peor es el tramo de pista casi llano y la subida hasta el collado de Marichiva. Una cuesta facilita de poco más de 200 metros de desnivel que se me atraganta siempre. Quizás porque llego siempre con las fuerzas ya agotadas. Sobre todo cuando los años se acumulan y el cuerpo se acomoda.
4h 18 min
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