Siempre que viajo, me imagino cómo sería correr por los paisajes que atravieso. Desde el coche, el tren o el avión pienso por qué lugares correría, los senderos que me gustaría descubrir, los bosques en los que perderse o las montañas desde las que disfrutar del panorama.
A veces he terminado trotando por lugares que despertaron mi curiosidad al pasar. Por ejemplo, la sierra de Cantabria, que me impresionó desde el aire. Luego, mucho tiempo después, pude subir por sus laderas. Aunque en el suelo la niebla me impidió apreciar toda su belleza.
Supongo que es algo que hacemos todos los nos gusta correr. Nuestra imaginación no vuela, trota. Por lugares tristes y anodinos, como esas planicies interminables meseteñas, peladas y aburridas. O por paisajes increíbles, vallejos de montaña, bosques interminables del norte, desiertos quebrados o playas asilvestradas. Nuestra cabeza no deja nunca de correr.
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