viernes, 17 de julio de 2020

Descanso de verano

Los desiertos poseen una magia especial, que hace que la gente se quiera perder eternamente en esos terrenos ásperos, resecos y aparentemente vacíos. Muchos son los que han escrito sobre la fuerza que les impulsa a pasar sus vidas alternando las estrellas de la noche y del día, bajo cielos sin nubes.

A pesar del calentamiento global, Castilla no es todavía ningún desierto. Aunque la dureza de estas tierras también ha creado su propia estirpe de defensores. En lo más profundo del verano, Castilla se disfraza un poco de desierto. Dominan en el paisaje las rocas peladas y los arenales. Las plantas yacen resecas entre los pedregales, y los árboles se encogen bajo un sol abrasador.

Puedo entender que el desierto de verdad y la Castilla de los meses infernales tengan sus defensores, porque el paisaje desnudo nos permite fijarnos mejor en los detalles. Pero yo echo de menos el verde del norte, de las montañas y de los bosques.

Me atraen más los arroyos de aguas altas y cristalinas que la meseta castellana. Y prefiero perderme entre riscos a hacerlo por los descampados polvorientos que nos rodean. Por eso, en esta época del año voy dejando de correr.

Mi cabeza me pide descansar hasta que las tormentas del otoño devuelvan la vida al paisaje. Hasta entonces, siempre busco que mis salidas tengan algún aliciente especial: escapadas a algún oasis montañoso cercano, expediciones por senderos nuevos descubriendo terrenos que no aparecen en los mapas, o recorridos cortos aprovechando el frescor del amanecer para aplacar el síndrome de abstinencia.



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