Esta es la época en la que el campo se llena de adolescentes. Tipos desgarbados y un poco inseguros que buscan su hueco en la vida. Por supuesto, lejos de la sombra de sus padres, esos viejos que no saben lo que de verdad importa.
El caso es que esta semana me he cruzado con varios de ellos. Una serpiente de escalera luciendo en su espalda los colores que definen a su especie (y que sólo llevan los más novatos). Un ruiseñor con la cabeza y hombros manchados con los puntos claros de la juventud. Un par de milanos reales probando sus alas y haciendo honor al nombre que recibe en inglés (Red Kite). O un gazapo que, con la tontería del pavo, no sabía si correr a esconderse o hacerse un selfie conmigo.
Son sólo algunos de esos adolescentes que abundan ahora y que nos alegran la vida, viendo que la rueda sigue girando. Además, son tan inocentes y bisoños que nos es más fácil verlos que a sus parientes adultos. De hecho, el primer día que salí a correr después de la cuarentena me crucé con un pequeño zorro, que me observó con toda la curiosidad del que no sabe por dónde le puede venir lo malo. Bendita juventud.
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