Para un castellano, los caminos son siempre algo fiable y duradero. Puede que el tiempo los vaya alterando, pero la huella abierta en la tierra permanece durante toda nuestra vida. O casi.
En el norte la naturaleza tiene otros ritmos. Mantener un prado requiere de esfuerzo continuo, por eso se recurre tanto al fuego para desbrozar estas tierras. Y un camino se parece más a la estela de un barco en este mar verde que a una cicatriz.
Algo que siempre olvidamos los que venimos del sur. Salimos alegremente para recorrer ese senderillo por el que trotamos despreocupados hace unos años, y nos encontramos con que las zarzas y los tojos lo han borrado de la faz de la tierra. Y cuando zarzas y tojos se unen para disuadirte de algo, es mejor abandonar la empresa.
Así que esta salida por la sierra Cabarga ha acabado malamente. Y eso que al principio prometía. La idea era seguir un recorrido circular desde los pozos de Valcaba hasta lo alto de la sierra y regresar en poco más de una hora y media. Sin embargo, durante la subida un senderillo bien abierto me ha tentado, al permitirme subir hasta la peña Mora.
En el collado que separa la peña Mora y Castril Negro, ya han empezado los problemas. Porque el sendero que yo recordaba bien trazado, estaba bastante desdibujado. Pero tras un poco de idas y venidas he conseguido encontrarlo, pasar al lado de las ruinas del castro escondido debajo de la maleza y trotar por la gran meseta que se extiende desde la peña Mora hasta los pies de la peña Cabarga.
Y aquí ha sido donde los problemas se han multiplicado. Como el tiempo ya había ido pasando lo sensato era tirar hacia abajo por el senderillo que baja directo de vuelta hacia los pozos. Pero he optado por subir hasta peña Cabarga y bajar por una trocha que recordaba de otras salidas.
Iba a ser un recorrido más largo de lo previsto, pero que podría terminar sin problemas ni demasiadas dilaciones. Al menos hasta que ha venido el norte a sacarme de mi engaño. Porque esa senda, que abandona la carreterilla de la peña en el kilómetro 3,5, y que está marcada con una señal que indica lo cerca que estaba mi destino (Barrio de Rioz), se la había comido la naturaleza salvaje.
Tratando de encontrarla, además de disfrutar de las caricias de todas las plantas con pinchos que hay en Cantabria, he perdido un tiempo que ya se me escurría de las manos. Finalmente, he decidido asumir mi derrota y volver al asfalto. Lo que me obligaba a dar un gran rodeo para regresar al punto de salida.
Dando la vuelta a la sierra, con la oscuridad del anochecer cada vez más cerca, he terminado el recorrido agotado, deshidratado (lo que se suda en el norte!) y con el cuerpo sin fuerzas. Por supuesto ni llevaba comida ni agua, porque total iba a ser tan sólo una salida cortita. Y es que en el norte, lo verde es traicionero.
3h 34 min
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